Con el advenimiento del régimen liberal, a partir de 1834, la Biblioteca quedó definitivamente como un establecimiento de la Nación, siendo desvinculada del Patrimonio Real para serlo de la Administración pública, como ya sucediera durante las breves experiencias liberales de 1812 y del trienio (1820-1823). En 1836 pasó a denominarse Biblioteca Nacional y siguieron aumentando sus fondos con la librería de las Cortes, la del infante Don Sebastián y los volúmenes y manuscritos de los conventos que habían sido desamortizados hasta ese momento guardados en manos de la Iglesia. Entre 1835 y 1860 se crean distintas comisiones encargadas de la especialización de los estudios de la Institución. La incautación de obras al clero durante la I República tendrá como destino la Biblioteca.
Por propia iniciativa se compraron, entre otras colecciones y obras, la librería de Juan Bohl de Faber –con más de 2.000 volúmenes-; una colección de novelas españolas que había ido recopilando Benito Maestre; los manuscritos originales de Juan Pablo Forner y Leandro Fernández de Moratín y una colección de 200 volúmenes y legajos de genealogía. También se compró una colección de medallas y monedas a José García de la Torre, además de una gran cantidad de grabados, retratos (de Cervantes, Góngora, Moreto, padre Mariana, etc.) y algunos bustos como el de Alberto Lista. Según Mesonero Romanos, a la altura de 1854 se había elaborado un índice general clasificado por materias y autores, que elevaba a nada menos que 240.000 volúmenes los fondos disponibles en la Biblioteca Nacional. También poseía una colección de 97.000 medallas y monedas que la situaban a la cabeza de Europa, contaba con una pequeña «Dacthiloteca» compuesta por piedras preciosas, camafeos y pastas vítreas, y en su gabinete de antigüedades se podían contemplar gran número de utensilios, joyas y restos arqueológicos de culturas pasadas y de diversas partes del mundo. Para su gobierno y funcionamiento contaba con una plantilla de 25 personas, compuesta por un director bibliotecario mayor, cuatro bibliotecarios de número, catorce oficiales, tres celadores y tres porteros.
El aumento constante de fondos, monedas y antigüedades, aconsejaba el traslado de la Biblioteca a un edificio más espacioso y preparado funcionalmente para este cometido. Este argumento sirvió para que en 1866 la reina Isabel II pusiera la primera piedra del futuro Palacio de la Biblioteca y Museos Nacionales en el Paseo de Recoletos, sobre parte del solar del desaparecido Convento de Agustinos Recoletos. Mientras se realizaban las obras, la Biblioteca permaneció en la Plaza de Oriente, y con objeto de ganar espacio se decidió trasladar la colección de monedas, medallas, y el gabinete de antigüedades al nuevo Museo Arqueológico, fundado el 20 de marzo de 1867 en el solar del antiguo Casino de la Reina, en la calle de Embajadores. Pero no bastando con esta medida y en vista de que en los sótanos no cabían más libros, a comienzos de la década de 1870 se tuvo que improvisar la construcción de un pabellón en un jardín contiguo a la Biblioteca. Y es que los acontecimientos políticos del sexenio revolucionario tuvieron paralizadas las obras del nuevo edificio hasta 1874. En 1892, 26 años después de su inicio, terminan las obras del denominado Palacio de Museos, Archivo y Biblioteca Nacionales en Madrid, edificio neoclásico proyectado por el arquitecto Francisco Jareño y Alarcón (1818–1892), y en 1896 todos los fondos ya habían sido trasladados definitivamente a su nueva sede.
Treinta años después de que se colocara la primera piedra, el 17 de marzo de 1896 la Biblioteca Nacional abría sus puertas al público en su nueva sede del Palacio de la Biblioteca y de los Museos Nacionales, donde permanece en la actualidad.
Nuevamente durante la Guerra civil española, entre 1936 y 1939, acceden a la biblioteca casi medio millón de volúmenes fruto de las distintas incautaciones.
Será en 1957 cuando se establezca el depósito legal que sustituye a la primera regulación que obligaba a los impresores a entrega un ejemplar de cada obra. Ya en 1986, la Biblioteca integrará la Hemeroteca Nacional, el Instituto Bibliográfico Hispano y el Centro del Tesoro Documental, todo como un único proyecto.
En 1991 se crea un nuevo depósito de libros en Alcalá de Henares ante la falta de espacio.
Fotos.- Biblioteca Nacional
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