La Colección Real de pinturas se cimentó en tiempos de Felipe II. Los Reyes Católicos y monarcas anteriores ya encargaron y coleccionaron pinturas, pero éstas solían venderse cuando ellos fallecían. De la colección de Isabel la Católica subsiste la pequeña parte que donó a la Capilla Real de Granada; incluye una rara pintura de Botticelli.
Carlos I encargó mayormente retratos y obras religiosas con un fin práctico, sin ánimo de coleccionar. Fue su hijo Felipe II quien empezó a valorar la Colección Real como un tesoro a preservar, y la adscribió a la Corona como patrimonio indivisible. Tras una etapa no muy brillante con Felipe III, fue su hijo Felipe IV quien cambió el perfil de la colección, elevándola a categoría europea. Basta mencionar a Velázquez, a quien el rey dio empleo durante cuarenta años. Gracias al apoyo real, Velázquez disfrutó de estabilidad económica sin tener que renunciar a su peculiar estilo.
Carlos II, a pesar de su oscura fama, preservó la unidad de la colección; así, impidió que la gran Adoración de los Magos de Rubens fuese regalada por su esposa Mariana de Neoburgo a un noble extranjero. También trajo a Luca Giordano desde Nápoles para decorar el Monasterio de El Escorial, el Casón del Buen Retiro y otros palacios.
La nueva dinastía Borbón empezó con mal pie en España: reinando Felipe V, el Alcázar de Madrid ardió y se perdieron numerosas obras maestras. El desastre se palió con la construcción del actual Palacio de Oriente, y el Rey, junto con su esposa Isabel de Farnesio, sumó pinturas de Poussin y Murillo, así como la colección de escultura clásica de Cristina de Suecia.
Carlos III dio prioridad a la arquitectura en detrimento de la pintura, pero a él se debe la construcción del edificio del museo, así como la compra de La reina Artemisa de Rembrandt, único ejemplo de dicho artista. Su hijo Carlos IV, a pesar de su escasa habilidad política, es recordado como mecenas de Goya y porque durante un viaje a Italia adquirió el Retrato del Cardenal de Rafael.
Tras la etapa napoleónica, Fernando VII culminó un proyecto esbozado ya en tiempos de su padre: la fundación de un museo a la imagen del Louvre de París. Con el impulso de su esposa Isabel de Braganza, aportó dinero de su «bolsa personal», remozó el edificio proyectado por Carlos III e inauguró el Museo del Prado el 19 de noviembre de 1819.
El museo, con la denominación de Museo Real, se mantuvo como propiedad de los reyes hasta el destronamiento de Isabel II de España (1868). Ya anteriormente había eludido un gravísimo peligro, cuando se planteó, por cuestiones hereditarias, tasar la colección y dividirla entre la reina y su hermana. La fusión del Prado con el Museo de la Trinidad terminó por afianzar su nueva condición de Museo Nacional.
Fotos: - Museo Nacional del Prado.
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