jueves, 9 de octubre de 2008

Almas del Pasado

ALMAS DEL PASADO



Lleva allí casi dos siglos, y ya casi nadie repara en ella. No le da importancia, ella sigue brillando cuando la ocasión lo requiere y continúa cumpliendo con la función que le fue encomendada. Compañera, amiga, símbolo de aquellos que tan injustamente nos fueron arrebatados.


Se siente orgullosa de estar allí, iluminando con su sola presencia un lugar emblemático de Madrid, aunque tristemente menos conocida que otras plazas de esas que salen más en las postales de la ciudad; ella cree que eso se debe a que su plaza está tapada por la sombra de los árboles y los edificios, mientras que aquellas más afortunadas mostraban al aire libre todo su esplendor. Aun así, ha visto como se inclinaban ante ella personajes de la más alta importancia en la sociedad española, todo tipo de jefes de estado y militares de alto rango.


Tiene en muy alta estima a aquellos que desvían su vista de esos edificios brillantes y presuntuosos del Paseo del Prado para prestarle atención en tiempos de paz, en esos días que no es reverenciada. Le gusta que le saquen fotos y que estas hagan justicia a la grandeza del lugar en el que ella pasa día y noche, sin dormir ni descansar salvo contados días al año.


No le hace ninguna gracia el carácter político que la otorgan a ella y al obelisco a sus espaldas. Ella piensa en sí misma como un icono de carácter apatrida y de una significación universal. Pero no protestará al respecto. Primero, porque aun siendo pasional no es amiga de montar escándalos. Y segundo, porque por mucho que protestara no cree que la hicieran mucho caso. Al fin y al cabo, es solo una llama.


Por ello sigue en su sitio, en su negro pebetero. Alimentada por un prácticamente eterno suministro de gas, aunque se ve apagada de vez en cuando, que no extinguida. Durante esos momentos en los que no existe se siente en una profunda paz, pero a la vez se sabe vacía por dentro, la función por la que fue invocada en un primer momento es lo más importante para ella, y por eso sigue existiendo.


Aquellos que han caído por Madrid y por España desde tiempos inmemoriales merecen que se les dediquen los más numerosos monumentos posibles. Héroes anónimos que defendieron las vidas de compatriotas a los que ni siquiera conocían, pero por los que dieron gustosos vida y futuro.


Es por ellos que la llama seguirá iluminando el gris obelisco mientras que las buenas autoridades de Madrid sigan suministrándole alimento y cariño. Es por ellos que el Monumento a los Caídos de la Plaza de la Lealtad de Madrid seguirá recordando a los españoles el heroísmo de sus héroes, y a la vez el horror y la insensatez de la guerra.


Y así seguirá siendo, un magnífico símbolo del honor y la crueldad, de la ironía del ser humano.



Autor: Marcelino Andrade.

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